Por Rodrigo Campos Alvo (*)
“La filosofía no es el
reflejo de una verdad previa, sino, como el arte, la realización de una verdad.”
Maurice
Merleau-Ponty
“—Pero tía, es el arte
moderno —dijo Lila. —No me vengas con futurismos —dijo la señora de Cinamomo—.
El arte es la belleza y se acabó. Usted no me contradecirá, joven. —No, señora
—dijo Polanco que gozaba como solamente un cerdo. —No es a usted que le hablo
sino a ese otro joven —dijo la señora de Cinamomo—. Usted y sus compinches ya
se sabe que son carne y uña con el autor de ese espanto, para qué habré venido,
Dios mío.”
Julio
Cortázar
La
experiencia estética y el anti-ritual
La experiencia estética
ha desvelado desde siempre al ser humano. ¿Qué nos sucede frente a la contemplación
de la belleza? Cualquier esquema que se haya plasmado en los últimos 2500 años
emplea conceptos y adjetivos tales como percepción, gusto, fascinación,
asombro, así como la descripción de emociones y sentimientos provenientes de la
percepción de la realidad, y sus correlatos mentales y físicos. Sería imposible
en este breve espacio reseñar todas las teorías sobre el tema provenientes del
campo de la filosofía, la estética, la fisiología, la psicología, y más cercano
en el tiempo de la sociología del arte y del psicoanálisis. Entonces ¿cómo hablar
de una muestra de arte, en diciembre de 2021, teniendo a nuestras espaldas
capas y capas de significación, teorizaciones, representaciones, abstracciones
muy bien expresadas y fundamentadas? Precisamente, intentando dejarlas a un
lado tanto como podamos, tal como Merleau-Ponty hubiese deseado. Llevar ese
proyecto fenomenológico a la práctica parece algo con pocas probabilidades de
éxito, pero perdido por perdido, ¿por qué no intentarlo por esa misma razón?
Ingresamos en
Casa/Estudio 22 una noche de diciembre de 2021, un viernes 17 para más precisión,
en la ciudad de San Miguel de Tucumán, Tucumán, Argentina. A este espacio de
arte y galería con calor de hogar nos da la bienvenida la sonrisa de Silvia
Porta, anfitriona y sacerdotisa del anti-ritual al que en breve asistiremos. Quizás
el lector recuerde la función ancestral de los rituales como habilitación del pasaje
del mundo profano al sagrado, y una muestra artística no pocas veces ocupa ese
lugar: una exhibición en una galería como sitio de consagración (o validación)
artística, unas cuantas “palabras sagradas” proferidas por un sabio con que la
ceremonia de apreciación estética comienza y orienta el pasaje de lo mundano
hacia lo sobrenatural. Luego vendrá la contemplación de los “objetos sagrados”
a los que venerar, y su incorporación en la experiencia vital de los miembros
presentes de la tribu así como su reválida y/o reconocimiento como tales. No
obstante, nada de eso vemos en la muestra de marras, sino que por el contrario
constituye un anti-ritual del que todos los presentes formamos parte,
desacralizando el espacio del arte y la cultura y trasladándose del centro
(museos, centros culturales, espacios institucionales) hacia la periferia (un
salón fuera de las llamadas “cuatro avenidas”). Continuemos, pues, nuestra
caminata por el territorio.
A la sazón, esta
muestra de Estudio 22 consiste en la exposición de obras de dos artistas
plásticos tucumanos de renombre, ambos nacidos en el interior del interior. El
uno: Julio Enrique Villafañe, egresado y docente de la Universidad Nacional de
Tucumán, con clara inspiración en el aire y la esencia de la ciudad de Aguilares.
El otro: Rodolfo Edgardo Soria, pintor y escultor nacido en Delfín Gallo, Cruz
Alta, y radicado desde 1985 en Santiago del Estero. Luego de ingresar al
recinto sagrado, cruzamos saludos con los creadores y nos disponemos a
interactuar con las obras, pero esto no va a ser posible hasta un buen rato
después. Porque se impone en primer lugar el diálogo espontáneo con amigos y
conocidos que no vemos hace muchísimo tiempo, por lo que este encuentro
pandémico es una revancha. Encuentro dentro de los pocos permitidos (protección
mediante), donde observamos que en este ritual viene la lengua primero, el
paladar después y los ojos serán colofón.
Este será el primer
indicio de estar asistiendo a un anti-ritual, aunque luego vendrán otros: no
hay “palabras sagradas” de apertura que orienten la experiencia estética, el
espacio de observación es constantemente “invadido” por otras prácticas
socializantes, tales como comer, beber, conversar y ¡bailar! ¿Es la muestra,
pues, un telón de fondo para fines ajenos a ella? Para nada. Las obras son el
comentario permanente, la trama sobre la cual se van hilvanando las
conversaciones, el soporte metonímico que lleva a los tribalistas del pasado hacia
el presente, y de allí proa al futuro: oímos al andar conversaciones sobre
encuentros anteriores, digresiones sobre arte estética o política, remembranzas
de amigos que ya no están, proyectos de colaboración y promesas de futuros
encuentros. Todo está servido en la mesa: el buen vino, el buen pan, la buena
música, las buenas compañías… Es así: el arte se percibe con los cinco
sentidos. Sin haber entrado todavía en el terreno de lo plástico, podemos
advertir que en este anti-ritual, Villafañe y Soria hacen arte con los
presentes: los toman y dispersan sobre el lienzo de la muestra, juegan a darles
forma y deshacérsela, dejan que las manchas tomen su propio significado y finalmente
se alejan con la plena conciencia de que luego de haber sido finalizada, una
obra de arte ya no pertenece más a su creador.
Villafañe
/ Soria
Desde la perspectiva
que delineamos al comienzo, la experiencia estética se configura en una
relación individual y social al mismo tiempo, entre un sujeto y el objeto
estético de su contemplación. Dicho sea de paso, esta contemplación nada tiene
de pasivo como su nombre pudiera sugerir. Así, la muestra de Soria y Villafañe
tiene que ser reseñada en un aquí-y-ahora que la determinan. Una día cercano
será desmontada, y cuadros y esculturas dispersadas en colecciones individuales
o de vuelta al taller de los artistas. Villafañe y Soria seguirán siendo los
mismos, pero sus obras habrán vivido un momento único mostrando su verdad ante
quien quisiera verla. Verdad surgida del diálogo entre la obra de ambos
artistas, y a su vez del diálogo con el público presente, que luego de la
muestra tampoco puede ser el mismo. El artista no representa la realidad, le da
forma. La trans-forma. Otro indicio de la condición anti-ritualista de Estudio
22: ¿cuántos lugares más habrá donde los espectadores intenten explicarles a
los artistas el significado de sus propias creaciones? Aquí no existe la
palabra santa.
Así como el entrañable Dúo
Salteño usaba tensiones armónicas infrecuentes en el folclore (7mas
y 9nas), Soria y Villafañe se complementan sin superponerse, generando
un rico contrapunto en la forma, la paleta y los temas. Tomemos un par de ejemplos.
Rodolfo Soria expone “Misterio nocturno”, una técnica mixta de 115x50 cm.
trabajada sobre fenólico. ¿Qué encontramos? Una paleta monocromática ocre, con
matices terrosos y amarillentos, y unas breves brevísimas pinceladas blancas.
¿La técnica? Raspado sobre fenólico quemado, esas placas de madera encolada que
encontramos habitualmente en los obrajes de la industria de la construcción.
Este trabajo de Soria –que podríamos denominar tríptico integrado- está
compuesto por tres escenas que pueden leerse en clave de fotogramas: a la
izquierda el patrón, trajeado, elegante, a la moda de –digamos- los años 40. A
su lado las chimeneas del ingenio, con su característico humo blanco, el mismo
blanco que teñirá en otra zona de la imagen la casa del obrero. La mirada del
patrón no augura nada bueno, o en todo caso trasunta los mismos valores de aquel
dicho popular “el ojo del amo engorda el ganado”… A la derecha, el obrero: anónimo,
pura figura, rígido, ¿resignado? Las casas de los peones dan un poco de luz a
la oscuridad propia de la escena. Y al centro, el omnipresente cañaveral, con
su luna tucumana presidiendo la escena. A su alrededor, deshilachados cual
sueños molidos por el trapiche, un pez, un caballo de madera, y otras tantas casas
flotando rumbo al infinito.
El mismo Soria (¿o será
otro Soria que habita dentro del mismo cuerpo?) trasladó su mirada zafrera de
la pintura a la escultura. Bajo el título “Esperando la cosecha”, el artista
monta sobre fragante madera de palosanto los mismos elementos descriptos: las
viviendas obreras y la caña, símbolo del ascenso y caída del Tucumán
productivo, sueño de la generación modernizadora del centenario, punto de
inflexión en los sectores populares de la provincia. Una silla vacía,
portentosa y desproporcionada, apunta sus ojos ciegos hacia el cañaveral /
caserío. ¿Adónde se fue el patrón? ¿Adónde los trabajadores del surco? Ninguna
otra presencia habita la escultura, sino el silencio del viento sobre “la
nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser…”
En tensión
contrapuntística con su compañero de muestra, Villafañe propone un carnaval de
colores, figuras y formas. Dos vertientes pictóricas asoman en su obra: una abstracta
y no figurativa a la manera de las figuras geométricas de Paul Klee o más
cercanos en el espacio al singular Xul Solar. Otra vertiente más ligada a lo
latinoamericano, llena de símbolos algunos de significación universal (el agua y
el pez, la tierra y el cielo), otros que hunden sus claves interpretativas en
la profundidad del artista y sus experiencias personales (anzuelos, lágrimas,
corazones y palabras recortadas en collage). Tomemos un ejemplo: una obra de
gran tamaño compuesta por una matriz de cuatro por cinco cuadros más pequeños,
es decir un total de veinte perfiles diferentes. En cierta forma, la imagen
opera a la manera de un fractal: una estructura que remite a otra trabajando en
diferentes escalas. O, conceptualmente, podríamos verla como una holografía:
una parte de imagen que contiene el todo, siendo el todo la obra retrospectiva
del propio artista. Villafañe nos muestra en una sola toma panorámica, un largo
plano-secuencia a la manera de El arca rusa: el día y la noche, estaciones y
estados de ánimo, paisajes y nacionalidades, sentimientos e ideas, posicionamientos
ideológicos, acciones dicciones y contradicciones. ¿Habrá sido Perón un
machirulo? ¿Lo somos nosotros, aquí y ahora? ¿Estaremos siendo injustos al
criticar la cultura en forma retrospectiva? Villafañe no afirma. Pregunta,
interroga, incomoda. Y que el espectador haga lo suyo.
Y aquí nos despedimos (renovados,
diferentes) luego de nuestro recorrido y participación en el anti-ritual
propuesto por Casa/Estudio 22 y parte de su núcleo artístico, al que apenas un
par de meses atrás tuvimos la oportunidad de disfrutar en otro lugar periférico
(más aún, si se lo mira bien): la Galería Runakay en Batiruana, aunque ese
ámbito representativo del más puro realismo mágico latinoamericano, ya será
abordado en otra oportunidad.
Raco, 19 de
diciembre de 2021
(*) Psicoanalista, comunicador, docente universitario