20 diciembre 2021

22 / Modelo para armar

Por Rodrigo Campos Alvo (*) 

“La filosofía no es el reflejo de una verdad previa, sino, como el arte, la realización de una verdad.”

Maurice Merleau-Ponty

“—Pero tía, es el arte moderno —dijo Lila. —No me vengas con futurismos —dijo la señora de Cinamomo—. El arte es la belleza y se acabó. Usted no me contradecirá, joven. —No, señora —dijo Polanco que gozaba como solamente un cerdo. —No es a usted que le hablo sino a ese otro joven —dijo la señora de Cinamomo—. Usted y sus compinches ya se sabe que son carne y uña con el autor de ese espanto, para qué habré venido, Dios mío.”

Julio Cortázar

La experiencia estética y el anti-ritual

La experiencia estética ha desvelado desde siempre al ser humano. ¿Qué nos sucede frente a la contemplación de la belleza? Cualquier esquema que se haya plasmado en los últimos 2500 años emplea conceptos y adjetivos tales como percepción, gusto, fascinación, asombro, así como la descripción de emociones y sentimientos provenientes de la percepción de la realidad, y sus correlatos mentales y físicos. Sería imposible en este breve espacio reseñar todas las teorías sobre el tema provenientes del campo de la filosofía, la estética, la fisiología, la psicología, y más cercano en el tiempo de la sociología del arte y del psicoanálisis. Entonces ¿cómo hablar de una muestra de arte, en diciembre de 2021, teniendo a nuestras espaldas capas y capas de significación, teorizaciones, representaciones, abstracciones muy bien expresadas y fundamentadas? Precisamente, intentando dejarlas a un lado tanto como podamos, tal como Merleau-Ponty hubiese deseado. Llevar ese proyecto fenomenológico a la práctica parece algo con pocas probabilidades de éxito, pero perdido por perdido, ¿por qué no intentarlo por esa misma razón?

Ingresamos en Casa/Estudio 22 una noche de diciembre de 2021, un viernes 17 para más precisión, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, Tucumán, Argentina. A este espacio de arte y galería con calor de hogar nos da la bienvenida la sonrisa de Silvia Porta, anfitriona y sacerdotisa del anti-ritual al que en breve asistiremos. Quizás el lector recuerde la función ancestral de los rituales como habilitación del pasaje del mundo profano al sagrado, y una muestra artística no pocas veces ocupa ese lugar: una exhibición en una galería como sitio de consagración (o validación) artística, unas cuantas “palabras sagradas” proferidas por un sabio con que la ceremonia de apreciación estética comienza y orienta el pasaje de lo mundano hacia lo sobrenatural. Luego vendrá la contemplación de los “objetos sagrados” a los que venerar, y su incorporación en la experiencia vital de los miembros presentes de la tribu así como su reválida y/o reconocimiento como tales. No obstante, nada de eso vemos en la muestra de marras, sino que por el contrario constituye un anti-ritual del que todos los presentes formamos parte, desacralizando el espacio del arte y la cultura y trasladándose del centro (museos, centros culturales, espacios institucionales) hacia la periferia (un salón fuera de las llamadas “cuatro avenidas”). Continuemos, pues, nuestra caminata por el territorio.

A la sazón, esta muestra de Estudio 22 consiste en la exposición de obras de dos artistas plásticos tucumanos de renombre, ambos nacidos en el interior del interior. El uno: Julio Enrique Villafañe, egresado y docente de la Universidad Nacional de Tucumán, con clara inspiración en el aire y la esencia de la ciudad de Aguilares. El otro: Rodolfo Edgardo Soria, pintor y escultor nacido en Delfín Gallo, Cruz Alta, y radicado desde 1985 en Santiago del Estero. Luego de ingresar al recinto sagrado, cruzamos saludos con los creadores y nos disponemos a interactuar con las obras, pero esto no va a ser posible hasta un buen rato después. Porque se impone en primer lugar el diálogo espontáneo con amigos y conocidos que no vemos hace muchísimo tiempo, por lo que este encuentro pandémico es una revancha. Encuentro dentro de los pocos permitidos (protección mediante), donde observamos que en este ritual viene la lengua primero, el paladar después y los ojos serán colofón.

Este será el primer indicio de estar asistiendo a un anti-ritual, aunque luego vendrán otros: no hay “palabras sagradas” de apertura que orienten la experiencia estética, el espacio de observación es constantemente “invadido” por otras prácticas socializantes, tales como comer, beber, conversar y ¡bailar! ¿Es la muestra, pues, un telón de fondo para fines ajenos a ella? Para nada. Las obras son el comentario permanente, la trama sobre la cual se van hilvanando las conversaciones, el soporte metonímico que lleva a los tribalistas del pasado hacia el presente, y de allí proa al futuro: oímos al andar conversaciones sobre encuentros anteriores, digresiones sobre arte estética o política, remembranzas de amigos que ya no están, proyectos de colaboración y promesas de futuros encuentros. Todo está servido en la mesa: el buen vino, el buen pan, la buena música, las buenas compañías… Es así: el arte se percibe con los cinco sentidos. Sin haber entrado todavía en el terreno de lo plástico, podemos advertir que en este anti-ritual, Villafañe y Soria hacen arte con los presentes: los toman y dispersan sobre el lienzo de la muestra, juegan a darles forma y deshacérsela, dejan que las manchas tomen su propio significado y finalmente se alejan con la plena conciencia de que luego de haber sido finalizada, una obra de arte ya no pertenece más a su creador.

Villafañe / Soria

Desde la perspectiva que delineamos al comienzo, la experiencia estética se configura en una relación individual y social al mismo tiempo, entre un sujeto y el objeto estético de su contemplación. Dicho sea de paso, esta contemplación nada tiene de pasivo como su nombre pudiera sugerir. Así, la muestra de Soria y Villafañe tiene que ser reseñada en un aquí-y-ahora que la determinan. Una día cercano será desmontada, y cuadros y esculturas dispersadas en colecciones individuales o de vuelta al taller de los artistas. Villafañe y Soria seguirán siendo los mismos, pero sus obras habrán vivido un momento único mostrando su verdad ante quien quisiera verla. Verdad surgida del diálogo entre la obra de ambos artistas, y a su vez del diálogo con el público presente, que luego de la muestra tampoco puede ser el mismo. El artista no representa la realidad, le da forma. La trans-forma. Otro indicio de la condición anti-ritualista de Estudio 22: ¿cuántos lugares más habrá donde los espectadores intenten explicarles a los artistas el significado de sus propias creaciones? Aquí no existe la palabra santa.

Así como el entrañable Dúo Salteño usaba tensiones armónicas infrecuentes en el folclore (7mas y 9nas), Soria y Villafañe se complementan sin superponerse, generando un rico contrapunto en la forma, la paleta y los temas. Tomemos un par de ejemplos. Rodolfo Soria expone “Misterio nocturno”, una técnica mixta de 115x50 cm. trabajada sobre fenólico. ¿Qué encontramos? Una paleta monocromática ocre, con matices terrosos y amarillentos, y unas breves brevísimas pinceladas blancas. ¿La técnica? Raspado sobre fenólico quemado, esas placas de madera encolada que encontramos habitualmente en los obrajes de la industria de la construcción. Este trabajo de Soria –que podríamos denominar tríptico integrado- está compuesto por tres escenas que pueden leerse en clave de fotogramas: a la izquierda el patrón, trajeado, elegante, a la moda de –digamos- los años 40. A su lado las chimeneas del ingenio, con su característico humo blanco, el mismo blanco que teñirá en otra zona de la imagen la casa del obrero. La mirada del patrón no augura nada bueno, o en todo caso trasunta los mismos valores de aquel dicho popular “el ojo del amo engorda el ganado”… A la derecha, el obrero: anónimo, pura figura, rígido, ¿resignado? Las casas de los peones dan un poco de luz a la oscuridad propia de la escena. Y al centro, el omnipresente cañaveral, con su luna tucumana presidiendo la escena. A su alrededor, deshilachados cual sueños molidos por el trapiche, un pez, un caballo de madera, y otras tantas casas flotando rumbo al infinito.

El mismo Soria (¿o será otro Soria que habita dentro del mismo cuerpo?) trasladó su mirada zafrera de la pintura a la escultura. Bajo el título “Esperando la cosecha”, el artista monta sobre fragante madera de palosanto los mismos elementos descriptos: las viviendas obreras y la caña, símbolo del ascenso y caída del Tucumán productivo, sueño de la generación modernizadora del centenario, punto de inflexión en los sectores populares de la provincia. Una silla vacía, portentosa y desproporcionada, apunta sus ojos ciegos hacia el cañaveral / caserío. ¿Adónde se fue el patrón? ¿Adónde los trabajadores del surco? Ninguna otra presencia habita la escultura, sino el silencio del viento sobre “la nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser…”

En tensión contrapuntística con su compañero de muestra, Villafañe propone un carnaval de colores, figuras y formas. Dos vertientes pictóricas asoman en su obra: una abstracta y no figurativa a la manera de las figuras geométricas de Paul Klee o más cercanos en el espacio al singular Xul Solar. Otra vertiente más ligada a lo latinoamericano, llena de símbolos algunos de significación universal (el agua y el pez, la tierra y el cielo), otros que hunden sus claves interpretativas en la profundidad del artista y sus experiencias personales (anzuelos, lágrimas, corazones y palabras recortadas en collage). Tomemos un ejemplo: una obra de gran tamaño compuesta por una matriz de cuatro por cinco cuadros más pequeños, es decir un total de veinte perfiles diferentes. En cierta forma, la imagen opera a la manera de un fractal: una estructura que remite a otra trabajando en diferentes escalas. O, conceptualmente, podríamos verla como una holografía: una parte de imagen que contiene el todo, siendo el todo la obra retrospectiva del propio artista. Villafañe nos muestra en una sola toma panorámica, un largo plano-secuencia a la manera de El arca rusa: el día y la noche, estaciones y estados de ánimo, paisajes y nacionalidades, sentimientos e ideas, posicionamientos ideológicos, acciones dicciones y contradicciones. ¿Habrá sido Perón un machirulo? ¿Lo somos nosotros, aquí y ahora? ¿Estaremos siendo injustos al criticar la cultura en forma retrospectiva? Villafañe no afirma. Pregunta, interroga, incomoda. Y que el espectador haga lo suyo.

Y aquí nos despedimos (renovados, diferentes) luego de nuestro recorrido y participación en el anti-ritual propuesto por Casa/Estudio 22 y parte de su núcleo artístico, al que apenas un par de meses atrás tuvimos la oportunidad de disfrutar en otro lugar periférico (más aún, si se lo mira bien): la Galería Runakay en Batiruana, aunque ese ámbito representativo del más puro realismo mágico latinoamericano, ya será abordado en otra oportunidad.

Raco, 19 de diciembre de 2021

(*) Psicoanalista, comunicador, docente universitario



Julio Villafañe
s/t 
Técnica mixta (2020)



Rodolfo Soria
"Esperando la próxima cosecha"
Talla en madera de palosanto (2020)



Rodolfo Soria
"Misterio nocturno"
Técnica mixta (2021)

3 comentarios:

  1. Exelente comentario, ,,éxitos para espacio 22.

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  2. Excelente Espacio 22 la verdad, muy distintos a los otros lugares de la ciudad. Un ámbito cultural muy original donde se respira Arte. Muy buenas obras de Villafañe y Soria. Muy recomendable para visitar. La recepción y guía de su gestora Silvia es genial.
    Mae

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  3. Felicitaciones a todos los organizadores de la muestra en Casa Estudio22
    Bellísimos los trabajos realizados por los artistas Rodolfo Soria y Julio Villafañe.
    Creo que todos los que asistimos pasamos una hermosa noche.
    Gracias Silvia Porta por ser tan buena anfitriona!!

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