Por Rodrigo Campos Alvo (*)
Rodolfo Edgardo Soria (Delfín Gallo, Tucumán, 1959) es pintor y escultor. Licenciado en Artes por la Universidad Nacional Tucumán. Desde 1985 enseña, crea y trabaja en la Ciudad de Santiago del Estero, Argentina.
Antes que de arte, hablemos del mundo. A lo largo de la historia de la humanidad han habido pestes, hambrunas, guerras, matanzas étnicas, masacres imperialistas y un sinfín de desgracias que han marcado el derrotero de pueblos, gobiernos y hasta de civilizaciones. ¿Nos animaremos, entonces, a comparar la Historia –así, con hache mayúscula- con nuestro presente pandémico o post- pandémico? No faltan apocalípticos que vean en este fenómeno el fin del mundo, al menos tal como lo conocíamos. Lo cierto es que un virus microscópico ha conmovido nuestros cimientos más seguros: salud, trabajo, familia, sociedad... Este temblor nos recuerda a cada paso nuestra vulnerabilidad humana, o aquel “estado-de-yecto” del que hablaba Martin Heidegger en su clásico volumen “Ser y tiempo”: el hombre es una existencia arrojada a una situación, la de cada uno y a la vez a una colectiva. El hombre no es una cosa más en el mundo sino que lo constituye con un significado y un valor. Y el arte es para este filósofo el gran estimulante de la vida, en la medida que la creación artística proporciona un “ser” a lo que aún no “es”. Precisamente es el artista el que sale al encuentro de las cosas del mundo, fijando en cierta medida su forma y su sentido en la obra.
Pero ¿qué es lo
que el artista plasma en sus trazos? ¿Puede decirse que crea, o que re-crea la
realidad? ¿Es el artista presa de emociones, como querían los románticos, que
lo llevan a volcar tal o cual tema en su obra? ¿Es la forma la expresión
material de un contenido abstracto? ¿Hay una autonomía de la obra respecto de
su uso y circulación? Si el arte es un modo de vida, no hay contradicción -no
podría haberla- entre arte y vida, y sin embargo siempre hay quien quiera
considerarlo una ilusión, un simple truco de magia, imágenes producidas con el
fin de falsear el mundo engañando los sentidos, tanto entre los antiguos griegos
como entre los críticos del arte contemporáneo. Sin embargo, no son estas las
razones que nos brinda Rodolfo Edgardo Soria, artista plástico tucumano
radicado en Santiago del Estero hace casi cuarenta años. Cuando nos encontramos
con este creador, nos habla de su obra, del arte y de la vida con calma pero
con entusiasmo. Su voz alarga las “eses” finales con esa tonada regional que
todos reconocemos, pero sus ojos no miran la tranquila costanera del Río Dulce
sino que penetran en la oscuridad de los cañaverales tucumanos. Las obras
expuestas en el mes de noviembre de 2021 en la Galería Runakay (Villa de
Batiruana, Tucumán) nos muestran un artista en plena ebullición creativa, enlazando
su pasado y presente desde lo temático y lo técnico. Así dicen “presente” en las
obras expuestas el sol y la caña, los trabajadores del surco y sus hogares, rituales
populares de alegría y de dolor, el cielo y la tierra, destacándose la singular
presencia del fuego que pasa de ser una representación figurativa en el lienzo
a ser una presencia que toca el hueso de lo Real al abrasar (sí, con “ese”) el
soporte que lo contiene.
Cierto día de verano
en 1913, Sigmund Freud -el creador del psicoanálisis- paseaba por el campo
junto a un taciturno poeta. Este admiraba la belleza natural del entorno a la
vez que se dolía de su próximo y seguro final: “el invierno venidero todo ese esplendor habrá desaparecido, como toda
belleza humana y como todo lo bello y noble que el hombre haya creado y pudiera
crear”. El maestro vienés objetaba
que la caducidad de la belleza no impide su disfrute ni menos aún la desestima.
Por el contrario, resulta en un incremento de su valor: “Lo bello de la Naturaleza renace luego de cada destrucción invernal, y
este renacimiento bien puede considerarse eterno en comparación con el plazo de
nuestra propia vida. En el curso de nuestra existencia vemos agotarse para
siempre la belleza del humano rostro y cuerpo, mas esta fugacidad agrega a sus
encantos uno nuevo. Una flor no nos parece menos espléndida porque sus pétalos
sólo estén lozanos durante una noche.” Al año siguiente, Europa se
conmocionaba con el inicio de la Primera Guerra Mundial y Freud advertía con
optimismo que una vez superado el duelo colectivo, el hombre “volverá a construir todo lo que la muerte ha
destruido, quizá en terreno más firme y con mayor perennidad.” Algo de lo prefigurado
por Freud es lo que nuestro artista viene a confirmar, como podrá ver quien
acompañe con su lectura el diálogo que compartimos a continuación.
“Misterio nocturno” o
“Paisaje en una noche de invierno”
Madera quemada y
acrílico (2021)
31 x 26 cm.
- ¿Qué historia hay detrás de la
obra “Misterio nocturno” y desde
cuando trabajas con madera quemada?
- Mis últimos trabajos con madera tienen un sentido especial
para mí, muy fuerte. Están asociados a una pérdida que me tocó transitar este
año, 2021, a partir de la muerte de mi esposa. Cuando me planteé hacerle un
homenaje artístico como símbolo de nuestros treinta y seis años de vida en
común, me pareció que podía tomar como protagonista el fuego, por su carácter
de elemento purificador, de generador de nuevas cosas, ¿cierto? Cuando se va un
ser querido siempre se abren nuevas cosas, pero adentro queda algo -¿cómo decirlo?-queda
algo oscuro, algo tenebroso. Y encontré que el fuego tiene el poder de transformar
ese reflejo sombrío y llevarlo más allá. Invita a una nueva parición, a la
llegada de un nuevo ser, de una nueva cosecha, un nuevo vivir. Y un nuevo
sentir, también, más allá que uno no se olvida jamás del ser querido. Y así fue
como comencé a ver los alcances de ese hallazgo, ¿no? Lo novedoso era el hecho
de conseguir extraer de una madera quemada algo diferente a cualquier obra que
yo haya hecho antes, porque esta llevaba las marcas de su pasado: estaba quemada
y no había vuelta atrás. Eso fue lo que encontré de valor para renovar mi trabajo:
la impronta del elemento “fuego”. Mi tarea como artista fue recorrer el camino de
sus huellas.
-A propósito de esas
marcas del pasado, ¿la madera utilizada
para la obra ya estaba carbonizada o fue una intervención artística?
- La historia es así: caminando cerca de una obra en
construcción, encontré por casualidad una tabla de fenólico totalmente quemada.
Verla así, tirada en un contenedor de desechos, me dio mucho para pensar. Lo
que llamó mi atención en primer lugar fue su intensa oscuridad. Es cierto que tenía
frente a mi algo seco y consumido, pero dentro de esa oscuridad yo veía asomarse
una luz. Y me propuse sacarla y mostrarla al mundo. Mi primera impresión fue de
admiración por la textura que dejaba -que deja- el fuego en la tabla. Al
comenzar a trabajarla en el taller, me llamó la atención la poca materia pictórica
que me demandaba la obra ¿me entiendes? El color aquí resultaba algo
secundario, era una obra casi monocromática. Esa madera quemada significó una síntesis
profunda de emociones y sensaciones que se manifestaron en ese momento. Por eso
en la tabla de “Misterio nocturno” hay una representación de la luna, que contrasta
con la oscuridad del cielo, ¿no? Y ese paisaje casi desolado que hay en la obra
también es muy significativo. Sin darme cuenta mi mano fue trazando dos
horizontes, y tres o cuatro casas delineadas apenas con acrílico blanco. Para
intervenir la madera trabajé con gubia, con formón, con lija, hasta lograr lo
que buscaba y que fue lo que quedó plasmado finalmente en la obra.
“Misterio nocturno”
(Fragmento inferior)
- Si la primera fue una tabla encontrada por casualidad, ¿cómo te
procuraste el soporte de las siguientes obras?
- Como mencioné, la primera fue una tabla recogida por
ahí que ya estaba quemada. De ese material salieron dos paisajes nocturnos, uno
de los cuales es la obra sobre la que estamos conversando. Pero una vez descubierta la riqueza de
la técnica, comencé a investigar cómo lograr en el taller ese estado de la
materia. Algo me impulsaba a ir detrás de la impronta que deja el fuego en
la madera ¿sabes? Entonces pensé: ¿no podré controlar yo mismo ese fuego? Y así
empezó esta nueva etapa de producción artística, que parte de la búsqueda de madera
de descarte de edificios en construcción y continúa con la carbonización en
forma artificial y mi trabajo en el taller. Te preguntarás: ¿por qué tablas
usadas y no nuevas? Porque aunque no hayan estado quemadas, todas sin excepción
llevan las marcas de uso de los obreros, los trabajadores de la construcción. Esos
elementos han sido usados para levantar una casa o una vivienda -una de las
tantas armaduras de protección del hombre- y finalmente fueron descartados. Es
la síntesis de la mano del hombre sobre la naturaleza: ese fenólico desgastado,
utilizado tantas veces y desechado luego por inútil, lleva la impronta del
hombre como marcas de clavos, golpes de martillo, cortes de serrucho… esas huellas
que solo el tiempo como artista puede producir. Respecto de etapas creativas
anteriores, puedo decir que tanto en la temática como en el soporte de la obra hoy
estoy produciendo un cruce entre los obreros de la construcción y los de la
zafra, que tantas veces retraté.
- Hay dos
elementos en “Misterio nocturno” que resultan cautivantes. El primero es el ordenamiento
geométrico que nace del fenólico quemado, con sus prolijas vetas negras que se
convierten en paisaje casi sin otra intervención. El segundo es el tratamiento del
material con herramientas de la escultura, sin que este deje de ser un cuadro, una
pintura. En ese sentido ¿cómo defines tu obra?
- En el arte uno va
descubriendo cosas en la medida de la marcha del trabajo. Y hay cosas que a uno
le sirven y otras que no. Eso es natural y normal en alguien que produce obras,
que pinta o que hace esculturas. Hasta ahora, yo era un artista que cuando se
proponía hacer esculturas, hacía esculturas. Y que cuando quería pintar, pintaba.
Pero resulta que este año me sucedió algo especial y raro, aunque muy
interesante a la vez. Como dice el refrán: nada se pierde, sino que todo se
transforma. Las experiencias de la vida me han ido transformando, y eso se
transmitió a mi técnica y a mi obra. ¿Me entiendes? Hoy trabajo con procedimientos
que fusionan pintura y escultura, y he dejado de pensar en los límites, de
preocuparme en responder si lo que estoy haciendo es una u otra técnica en el
sentido tradicional. Fíjate: ahora estoy quemando un bloque de palosanto y trabajando
a partir de algo que veo en el fondo de ese elemento. Encontrar en la calle, por
ejemplo, una chapa de zinc oxidada puede ser más bello que oxidarla en el
taller. O puedo buscar transmitir esa oxidación en un papel o en un soporte de tela,
¿no?, porque el soporte original tiene una virtud, una riqueza esencial, una
impronta que solo te da la acción de la naturaleza. Después de ese
descubrimiento -más o menos sorpresivo- que mencioné, comencé a explorar el
fenómeno del fuego tanto desde un punto de vista técnico como teórico. Lo que
me interesa hoy es decir algo a partir de la materia, ya sea a través del color
o de las características físicas de madera o palo quemado. Por eso digo que el
material habla.
“Misterio nocturno”
(Fragmento superior)
- ¿Percibes vínculos entre esta visión sobre el arte y la cultura asiática
tradicional? Porque según recuerdo, Junichiro Tanizaki contaba que en Japón las
marcas del paso del tiempo forman parte de la obra. En otras palabras, los
orientales valoran el envejecimiento y las imperfecciones que el tiempo deposita
en una obra de arte, algo que no apreciamos en occidente.
- Lo que yo pienso, lo que quiero hacer es un arte pobre
y demostrar que la obra, la belleza, pueden estar también en las cosas simples y
cotidianas de la vida. Y por qué no, incluso en el error. Fíjate que hay un movimiento
japonés conocido como Wabi-Sabi que postula una estética en línea con lo que mencionaste.
La palabra Wabi hace referencia a
aquello que hace único a algo, a su particularidad, y Sabi a la serenidad que viene con la edad, el tiempo. Lo que sostiene
es que el hombre, el ser humano puede encontrar la belleza en lo imperfecto, así
como en las cosas más sencillas y pequeñas de la vida. Estos artistas asumen
que la belleza, esa categoría que a lo largo de la historia siempre se nos
escurre entre los dedos, es imperfecta, transitoria e incompleta. Y eso mismo
puede decirse de mi obra también, ya que surge a partir de elementos cotidianos
que fueron descartados luego de ser manipulados por el hombre. Por ser ya soportes
de un contenido previo, no podría usarlos como un elemento al que se añade una materia
extraña a ellos, sino que siento la necesidad de rescatar la historia que ya traen.
Fíjate lo distinto que es tomar un lienzo y construir con él un bastidor, como
soporte de una pintura que luego se aplica encima. Aquí es al revés: busco visibilizar
la belleza que ya estaba presente en la madera, en su estructura.
- ¿Podrías
profundizar en la idea de la belleza de lo imperfecto?
Bueno, mi obra actual precisamente busca rescatar ese “no-sé-qué”
de lo imperfecto. O como dije antes: busco la belleza en la imperfección de las
cosas. En esa línea de trabajo tengo obras que voy a exponer en diciembre en
Casa/Estudio 22, donde el soporte que uso también es madera quemada, pero ya no
por efecto del azar sino como parte de un proceso creativo. Uso la impronta del
fuego en la madera como disparador de la creatividad. Si bien partí de lo que
hizo el fuego en forma natural, ahora estoy empeñado en aprender a manejarlo,
para hacerle decir otras cosas. Es algo medio lúdico, por supuesto, el hecho de
poner una madera a arder y luego decir “¿y
esto para qué me sirve, qué me dice el material?” Ahí, en ese momento de
gran receptividad me doy cuenta si “la siento” o “no la siento”, y si descubro algo
especial me pongo a pensar cómo seguir. Es como ir descubriendo nuevas vidas en
esas cosas que te ofrece el fuego.
Muestra colectiva en
Galería Runakay
Villa Batiruana,
Tucumán
Noviembre de 2021
- Hablando de fuego, más que bucear en la
simbología parece que fue la simbología quien te encontró: el fuego tiene esa
ambivalencia destructivo-creativa que señalabas.
-Creo que sí. Pienso en algunas fábulas
como el mito griego de Prometeo, que según dicen robó el fuego a los dioses para
dárselo a los humanos, y por eso fue castigado. Un ave le comía el hígado todas
las noches y al otro día se regeneraba, porque el fuego era el conocimiento, la
inteligencia, el arte. Hasta entonces el fuego era privilegio de los dioses.
¿Cómo lo iban a tener los humanos? Pero fíjate que la inteligencia también traía
el poder de destruir que antes era privilegio de los dioses. Yo creo que ahí empieza
el hombre a labrar su propio destino. Ahora, la destrucción o la construcción
ya no dependían de los dioses, sino del propio ser humano. Es muy interesante. Por otro lado se considera que el fuego ha marcado el
comienzo de la civilización. El fuego era algo mágico, algo indomable y
terrible, como los huracanes o las inundaciones. Y de pronto nuestros
antepasados comienzan a familiarizarse con él, y saliendo de la prudente
distancia intenta domesticarlo y generarlo con sus propias manos. Después
supongo que el hombre comienza a darse cuenta de sus múltiples utilidades:
puede cocinar los alimentos a partir del fuego, le permite defenderse, le da
calor en invierno… ¿Tantas cosas, no? De reverenciarlo o temerlo pasa a ser un
compañero inseparable. Algo de eso es lo que yo vengo tratando de rescatar, al usar
para la pintura un soporte que ya no es bidimensional sino tridimensional, contemplando
la textura que aporta el fuego a la tabla.
-Como ya mencionaste, una de las características más relevantes de
esta etapa que iniciaste es la calidad escultórica que tiene el material pictórico
trabajado. ¿Cómo se pasa de trabajar en dos dimensiones a hacerlo en tres?
- Bueno,
hay que marcar la diferencia entre alguien que quiere quebrar los límites de
algo, como una especie de resabio de rebeldía adolescente porque se siente oprimido
por ciertos “muros”, a que sea la propia materia la que solicite que no se la
trate en forma apriorística, sino que
se le permita manifestar su naturaleza. Y ahí yo escucho que a veces la madera
que tengo en el taller dice “cavame”.
Otras veces es como si pidiera “raspame para
que pueda mostrarme”. Y después aparece algo único, imágenes que yo no
podría repetir a voluntad ni puedo anticipar. Cuando vi mis primeras dos obras una
al lado de otra me dije “capaz que forman
una serie”, porque el tratamiento y la técnica no eran demasiado
diferentes: madera quemada, herramientas, pintura. Pero ahora me doy cuenta que
no es una serie, sino producciones singulares, únicas e irrepetibles.
“El zafrero”
Madera quemada y acrílico
(2021)
26 x 31 cm.
- La otra obra que mencionas tiene rasgos formales y temáticos
similares, pero toma relevancia un añadido: la pintura. En cambio en “Misterio
nocturno” no se ve algo añadido, sino una operación de sustracción, ese mecanismo
que según Da Vinci distinguía a la escultura.
- Claro, mira qué interesante tu análisis, porque el arte
también está en eso ¿viste? en que el espectador pueda involucrarse en la obra
y aportar a la construcción de su significado. Cuando uno piensa en el mercado
del arte, y no en la producción, siempre digo que los coleccionistas tienen que
sentir a la obra para poder adquirirla. Porque quien la compra está llevando a
su casa un objeto donde siempre va a poder ver algo nuevo, siempre va a
descubrir algo nuevo en su contemplación cotidiana: de a poco aparecen matices,
texturas, formas, colores… Una obra permite llevar esa magia al hogar, haciendo
posible que cada uno de sus habitantes la tenga como fuente de lectura
constante, una cantera inagotable de sentidos. Porque una obra de arte tiene que ser
generadora de sentidos, ¿no? Si tiene un sentido único no es una obra de arte.
Será otra cosa, propaganda quizás. Sí, las propagandas tienen que tener un
único sentido. “Compre chocolate Águila”, “Vote a Pérez”. Si vos piensas
en otra cosa que la que te indican ya no sirve como propaganda. El arte es todo
lo contrario: tiene que hacer pensar distinto, no obligar a coincidir. Entonces
el espectador se empieza a cuestionar: ¿y ahora qué quiso decir el artista?, ¿habré
entendido bien?, ¿hay otra manera de ver esta obra?, ¿seré sólo yo el que la ve
así?, ¿lo que veo, el artista lo hizo a propósito o será una casualidad?
- ¿Hacia dónde
marcha esta nueva etapa creativa?
Las obras de las que hablamos son un comienzo, el inicio de
una nueva búsqueda que hice pública en una muestra que organizamos con otros amigos
artistas en la Galería Runakay, de Villa Batiruana. Creo que es por esta línea
que avanza mi trabajo hoy en día. Como te dije anteriormente, “Misterio
nocturno” es una creación muy significativa para mi desde el plano artístico y
también desde lo personal. Pienso que el arte tiene que ser así: el que trabaja
con seriedad deja algo suyo en la obra. En cierta forma, todos sabemos que estamos
de paso en este mundo, y no queremos partir sin dejar algo que dé cuenta de nuestras
marcas. Con esto no digo que todo lo que hace un artista es algo que vaya a
trascender. Eso es un asunto que solo el tiempo dictamina. Pero uno se planta y
dice “en mi vida artística hice esto y
aquello como una representación de lo que yo pensaba y sentía en cierto período
de mi historia, pero que a la vez es un reflejo de los tiempos que vivimos”.
Y bueno, para mí 2021 fue un año de hallazgos. De pérdidas y de hallazgos ¿me
entiendes? No sé adónde irá esto, ni cómo seguirá. Y eso es lo bueno, porque no
me queda otra que responder creando.-
En un café del
Abasto, San Miguel de Tucumán
10 de Noviembre de
2021
(*) Psicoanalista, comunicador, docente
universitario
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