04 enero 2022

Reportaje a Rodolfo Soria: "Esas cosas que te ofrece el fuego"

Por Rodrigo Campos Alvo (*)

Foto perfil entrevistado

Rodolfo Edgardo Soria (Delfín Gallo, Tucumán, 1959) es pintor y escultor. Licenciado en Artes por la Universidad Nacional Tucumán. Desde 1985 enseña, crea y trabaja en la Ciudad de Santiago del Estero, Argentina.

Antes que de arte, hablemos del mundo. A lo largo de la historia de la humanidad han habido pestes, hambrunas, guerras, matanzas étnicas, masacres imperialistas y un sinfín de desgracias que han marcado el derrotero de pueblos, gobiernos y hasta de civilizaciones. ¿Nos animaremos, entonces, a comparar la Historia –así, con hache mayúscula- con nuestro presente pandémico o post- pandémico? No faltan apocalípticos que vean en este fenómeno el fin del mundo, al menos tal como lo conocíamos. Lo cierto es que un virus microscópico ha conmovido nuestros cimientos más seguros: salud, trabajo, familia, sociedad... Este temblor nos recuerda a cada paso nuestra vulnerabilidad humana, o aquel “estado-de-yecto” del que hablaba Martin Heidegger en su clásico volumen “Ser y tiempo”: el hombre es una existencia arrojada a una situación, la de cada uno y a la vez a una colectiva. El hombre no es una cosa más en el mundo sino que lo constituye con un significado y un valor. Y el arte es para este filósofo el gran estimulante de la vida, en la medida que la creación artística proporciona un “ser” a lo que aún no “es”. Precisamente es el artista el que sale al encuentro de las cosas del mundo, fijando en cierta medida su forma y su sentido en la obra.

Pero ¿qué es lo que el artista plasma en sus trazos? ¿Puede decirse que crea, o que re-crea la realidad? ¿Es el artista presa de emociones, como querían los románticos, que lo llevan a volcar tal o cual tema en su obra? ¿Es la forma la expresión material de un contenido abstracto? ¿Hay una autonomía de la obra respecto de su uso y circulación? Si el arte es un modo de vida, no hay contradicción -no podría haberla- entre arte y vida, y sin embargo siempre hay quien quiera considerarlo una ilusión, un simple truco de magia, imágenes producidas con el fin de falsear el mundo engañando los sentidos, tanto entre los antiguos griegos como entre los críticos del arte contemporáneo. Sin embargo, no son estas las razones que nos brinda Rodolfo Edgardo Soria, artista plástico tucumano radicado en Santiago del Estero hace casi cuarenta años. Cuando nos encontramos con este creador, nos habla de su obra, del arte y de la vida con calma pero con entusiasmo. Su voz alarga las “eses” finales con esa tonada regional que todos reconocemos, pero sus ojos no miran la tranquila costanera del Río Dulce sino que penetran en la oscuridad de los cañaverales tucumanos. Las obras expuestas en el mes de noviembre de 2021 en la Galería Runakay (Villa de Batiruana, Tucumán) nos muestran un artista en plena ebullición creativa, enlazando su pasado y presente desde lo temático y lo técnico. Así dicen “presente” en las obras expuestas el sol y la caña, los trabajadores del surco y sus hogares, rituales populares de alegría y de dolor, el cielo y la tierra, destacándose la singular presencia del fuego que pasa de ser una representación figurativa en el lienzo a ser una presencia que toca el hueso de lo Real al abrasar (sí, con “ese”) el soporte que lo contiene.

Cierto día de verano en 1913, Sigmund Freud -el creador del psicoanálisis- paseaba por el campo junto a un taciturno poeta. Este admiraba la belleza natural del entorno a la vez que se dolía de su próximo y seguro final: “el invierno venidero todo ese esplendor habrá desaparecido, como toda belleza humana y como todo lo bello y noble que el hombre haya creado y pudiera crear”.  El maestro vienés objetaba que la caducidad de la belleza no impide su disfrute ni menos aún la desestima. Por el contrario, resulta en un incremento de su valor: “Lo bello de la Naturaleza renace luego de cada destrucción invernal, y este renacimiento bien puede considerarse eterno en comparación con el plazo de nuestra propia vida. En el curso de nuestra existencia vemos agotarse para siempre la belleza del humano rostro y cuerpo, mas esta fugacidad agrega a sus encantos uno nuevo. Una flor no nos parece menos espléndida porque sus pétalos sólo estén lozanos durante una noche.” Al año siguiente, Europa se conmocionaba con el inicio de la Primera Guerra Mundial y Freud advertía con optimismo que una vez superado el duelo colectivo, el hombre “volverá a construir todo lo que la muerte ha destruido, quizá en terreno más firme y con mayor perennidad.” Algo de lo prefigurado por Freud es lo que nuestro artista viene a confirmar, como podrá ver quien acompañe con su lectura el diálogo que compartimos a continuación.


Foto Nº 1
 
 

“Misterio nocturno” o “Paisaje en una noche de invierno”

Madera quemada y acrílico (2021)

31 x 26 cm.


¿Qué historia hay detrás de la obra “Misterio nocturno” y desde cuando trabajas con madera quemada?

- Mis últimos trabajos con madera tienen un sentido especial para mí, muy fuerte. Están asociados a una pérdida que me tocó transitar este año, 2021, a partir de la muerte de mi esposa. Cuando me planteé hacerle un homenaje artístico como símbolo de nuestros treinta y seis años de vida en común, me pareció que podía tomar como protagonista el fuego, por su carácter de elemento purificador, de generador de nuevas cosas, ¿cierto? Cuando se va un ser querido siempre se abren nuevas cosas, pero adentro queda algo -¿cómo decirlo?-queda algo oscuro, algo tenebroso. Y encontré que el fuego tiene el poder de transformar ese reflejo sombrío y llevarlo más allá. Invita a una nueva parición, a la llegada de un nuevo ser, de una nueva cosecha, un nuevo vivir. Y un nuevo sentir, también, más allá que uno no se olvida jamás del ser querido. Y así fue como comencé a ver los alcances de ese hallazgo, ¿no? Lo novedoso era el hecho de conseguir extraer de una madera quemada algo diferente a cualquier obra que yo haya hecho antes, porque esta llevaba las marcas de su pasado: estaba quemada y no había vuelta atrás. Eso fue lo que encontré de valor para renovar mi trabajo: la impronta del elemento “fuego”. Mi tarea como artista fue recorrer el camino de sus huellas.

 

-A propósito de esas marcas del pasado, ¿la madera utilizada para la obra ya estaba carbonizada o fue una intervención artística?

- La historia es así: caminando cerca de una obra en construcción, encontré por casualidad una tabla de fenólico totalmente quemada. Verla así, tirada en un contenedor de desechos, me dio mucho para pensar. Lo que llamó mi atención en primer lugar fue su intensa oscuridad. Es cierto que tenía frente a mi algo seco y consumido, pero dentro de esa oscuridad yo veía asomarse una luz. Y me propuse sacarla y mostrarla al mundo. Mi primera impresión fue de admiración por la textura que dejaba -que deja- el fuego en la tabla. Al comenzar a trabajarla en el taller, me llamó la atención la poca materia pictórica que me demandaba la obra ¿me entiendes? El color aquí resultaba algo secundario, era una obra casi monocromática. Esa madera quemada significó una síntesis profunda de emociones y sensaciones que se manifestaron en ese momento. Por eso en la tabla de “Misterio nocturno” hay una representación de la luna, que contrasta con la oscuridad del cielo, ¿no? Y ese paisaje casi desolado que hay en la obra también es muy significativo. Sin darme cuenta mi mano fue trazando dos horizontes, y tres o cuatro casas delineadas apenas con acrílico blanco. Para intervenir la madera trabajé con gubia, con formón, con lija, hasta lograr lo que buscaba y que fue lo que quedó plasmado finalmente en la obra.

 



Foto Nº 2


“Misterio nocturno”

(Fragmento inferior)


- Si la primera fue una tabla encontrada por casualidad, ¿cómo te procuraste el soporte de las siguientes obras?

- Como mencioné, la primera fue una tabla recogida por ahí que ya estaba quemada. De ese material salieron dos paisajes nocturnos, uno de los cuales es la obra sobre la que estamos conversando. Pero una vez descubierta la riqueza de la técnica, comencé a investigar cómo lograr en el taller ese estado de la materia. Algo me impulsaba a ir detrás de la impronta que deja el fuego en la madera ¿sabes? Entonces pensé: ¿no podré controlar yo mismo ese fuego? Y así empezó esta nueva etapa de producción artística, que parte de la búsqueda de madera de descarte de edificios en construcción y continúa con la carbonización en forma artificial y mi trabajo en el taller. Te preguntarás: ¿por qué tablas usadas y no nuevas? Porque aunque no hayan estado quemadas, todas sin excepción llevan las marcas de uso de los obreros, los trabajadores de la construcción. Esos elementos han sido usados para levantar una casa o una vivienda -una de las tantas armaduras de protección del hombre- y finalmente fueron descartados. Es la síntesis de la mano del hombre sobre la naturaleza: ese fenólico desgastado, utilizado tantas veces y desechado luego por inútil, lleva la impronta del hombre como marcas de clavos, golpes de martillo, cortes de serrucho… esas huellas que solo el tiempo como artista puede producir. Respecto de etapas creativas anteriores, puedo decir que tanto en la temática como en el soporte de la obra hoy estoy produciendo un cruce entre los obreros de la construcción y los de la zafra, que tantas veces retraté.

 

- Hay dos elementos en “Misterio nocturno” que resultan cautivantes. El primero es el ordenamiento geométrico que nace del fenólico quemado, con sus prolijas vetas negras que se convierten en paisaje casi sin otra intervención. El segundo es el tratamiento del material con herramientas de la escultura, sin que este deje de ser un cuadro, una pintura. En ese sentido ¿cómo defines tu obra?

 - En el arte uno va descubriendo cosas en la medida de la marcha del trabajo. Y hay cosas que a uno le sirven y otras que no. Eso es natural y normal en alguien que produce obras, que pinta o que hace esculturas. Hasta ahora, yo era un artista que cuando se proponía hacer esculturas, hacía esculturas. Y que cuando quería pintar, pintaba. Pero resulta que este año me sucedió algo especial y raro, aunque muy interesante a la vez. Como dice el refrán: nada se pierde, sino que todo se transforma. Las experiencias de la vida me han ido transformando, y eso se transmitió a mi técnica y a mi obra. ¿Me entiendes? Hoy trabajo con procedimientos que fusionan pintura y escultura, y he dejado de pensar en los límites, de preocuparme en responder si lo que estoy haciendo es una u otra técnica en el sentido tradicional. Fíjate: ahora estoy quemando un bloque de palosanto y trabajando a partir de algo que veo en el fondo de ese elemento. Encontrar en la calle, por ejemplo, una chapa de zinc oxidada puede ser más bello que oxidarla en el taller. O puedo buscar transmitir esa oxidación en un papel o en un soporte de tela, ¿no?, porque el soporte original tiene una virtud, una riqueza esencial, una impronta que solo te da la acción de la naturaleza. Después de ese descubrimiento -más o menos sorpresivo- que mencioné, comencé a explorar el fenómeno del fuego tanto desde un punto de vista técnico como teórico. Lo que me interesa hoy es decir algo a partir de la materia, ya sea a través del color o de las características físicas de madera o palo quemado. Por eso digo que el material habla.

 


Foto Nº 3

“Misterio nocturno”

(Fragmento superior)


- ¿Percibes vínculos entre esta visión sobre el arte y la cultura asiática tradicional? Porque según recuerdo, Junichiro Tanizaki contaba que en Japón las marcas del paso del tiempo forman parte de la obra. En otras palabras, los orientales valoran el envejecimiento y las imperfecciones que el tiempo deposita en una obra de arte, algo que no apreciamos en occidente.

- Lo que yo pienso, lo que quiero hacer es un arte pobre y demostrar que la obra, la belleza, pueden estar también en las cosas simples y cotidianas de la vida. Y por qué no, incluso en el error. Fíjate que hay un movimiento japonés conocido como Wabi-Sabi que postula una estética en línea con lo que mencionaste. La palabra Wabi hace referencia a aquello que hace único a algo, a su particularidad, y Sabi a la serenidad que viene con la edad, el tiempo. Lo que sostiene es que el hombre, el ser humano puede encontrar la belleza en lo imperfecto, así como en las cosas más sencillas y pequeñas de la vida. Estos artistas asumen que la belleza, esa categoría que a lo largo de la historia siempre se nos escurre entre los dedos, es imperfecta, transitoria e incompleta. Y eso mismo puede decirse de mi obra también, ya que surge a partir de elementos cotidianos que fueron descartados luego de ser manipulados por el hombre. Por ser ya soportes de un contenido previo, no podría usarlos como un elemento al que se añade una materia extraña a ellos, sino que siento la necesidad de rescatar la historia que ya traen. Fíjate lo distinto que es tomar un lienzo y construir con él un bastidor, como soporte de una pintura que luego se aplica encima. Aquí es al revés: busco visibilizar la belleza que ya estaba presente en la madera, en su estructura.

 

- ¿Podrías profundizar en la idea de la belleza de lo imperfecto?

Bueno, mi obra actual precisamente busca rescatar ese “no-sé-qué” de lo imperfecto. O como dije antes: busco la belleza en la imperfección de las cosas. En esa línea de trabajo tengo obras que voy a exponer en diciembre en Casa/Estudio 22, donde el soporte que uso también es madera quemada, pero ya no por efecto del azar sino como parte de un proceso creativo. Uso la impronta del fuego en la madera como disparador de la creatividad. Si bien partí de lo que hizo el fuego en forma natural, ahora estoy empeñado en aprender a manejarlo, para hacerle decir otras cosas. Es algo medio lúdico, por supuesto, el hecho de poner una madera a arder y luego decir “¿y esto para qué me sirve, qué me dice el material?” Ahí, en ese momento de gran receptividad me doy cuenta si “la siento” o “no la siento”, y si descubro algo especial me pongo a pensar cómo seguir. Es como ir descubriendo nuevas vidas en esas cosas que te ofrece el fuego.


Foto Nº 4


Muestra colectiva en Galería Runakay

Villa Batiruana, Tucumán

Noviembre de 2021


- Hablando de fuego, más que bucear en la simbología parece que fue la simbología quien te encontró: el fuego tiene esa ambivalencia destructivo-creativa que señalabas.

-Creo que sí. Pienso en algunas fábulas como el mito griego de Prometeo, que según dicen robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, y por eso fue castigado. Un ave le comía el hígado todas las noches y al otro día se regeneraba, porque el fuego era el conocimiento, la inteligencia, el arte. Hasta entonces el fuego era privilegio de los dioses. ¿Cómo lo iban a tener los humanos? Pero fíjate que la inteligencia también traía el poder de destruir que antes era privilegio de los dioses. Yo creo que ahí empieza el hombre a labrar su propio destino. Ahora, la destrucción o la construcción ya no dependían de los dioses, sino del propio ser humano. Es muy interesante. Por otro lado se considera que el fuego ha marcado el comienzo de la civilización. El fuego era algo mágico, algo indomable y terrible, como los huracanes o las inundaciones. Y de pronto nuestros antepasados comienzan a familiarizarse con él, y saliendo de la prudente distancia intenta domesticarlo y generarlo con sus propias manos. Después supongo que el hombre comienza a darse cuenta de sus múltiples utilidades: puede cocinar los alimentos a partir del fuego, le permite defenderse, le da calor en invierno… ¿Tantas cosas, no? De reverenciarlo o temerlo pasa a ser un compañero inseparable. Algo de eso es lo que yo vengo tratando de rescatar, al usar para la pintura un soporte que ya no es bidimensional sino tridimensional, contemplando la textura que aporta el fuego a la tabla.

 

-Como ya mencionaste, una de las características más relevantes de esta etapa que iniciaste es la calidad escultórica que tiene el material pictórico trabajado. ¿Cómo se pasa de trabajar en dos dimensiones a hacerlo en tres?

- Bueno, hay que marcar la diferencia entre alguien que quiere quebrar los límites de algo, como una especie de resabio de rebeldía adolescente porque se siente oprimido por ciertos “muros”, a que sea la propia materia la que solicite que no se la trate en forma apriorística, sino que se le permita manifestar su naturaleza. Y ahí yo escucho que a veces la madera que tengo en el taller dice “cavame”. Otras veces es como si pidiera “raspame para que pueda mostrarme”. Y después aparece algo único, imágenes que yo no podría repetir a voluntad ni puedo anticipar. Cuando vi mis primeras dos obras una al lado de otra me dije “capaz que forman una serie”, porque el tratamiento y la técnica no eran demasiado diferentes: madera quemada, herramientas, pintura. Pero ahora me doy cuenta que no es una serie, sino producciones singulares, únicas e irrepetibles.


 

Foto Nº 5

“El zafrero”

Madera quemada y acrílico (2021)

26 x 31 cm.


- La otra obra que mencionas tiene rasgos formales y temáticos similares, pero toma relevancia un añadido: la pintura. En cambio en “Misterio nocturno” no se ve algo añadido, sino una operación de sustracción, ese mecanismo que según Da Vinci distinguía a la escultura.

- Claro, mira qué interesante tu análisis, porque el arte también está en eso ¿viste? en que el espectador pueda involucrarse en la obra y aportar a la construcción de su significado. Cuando uno piensa en el mercado del arte, y no en la producción, siempre digo que los coleccionistas tienen que sentir a la obra para poder adquirirla. Porque quien la compra está llevando a su casa un objeto donde siempre va a poder ver algo nuevo, siempre va a descubrir algo nuevo en su contemplación cotidiana: de a poco aparecen matices, texturas, formas, colores… Una obra permite llevar esa magia al hogar, haciendo posible que cada uno de sus habitantes la tenga como fuente de lectura constante, una cantera inagotable de sentidos. Porque una obra de arte tiene que ser generadora de sentidos, ¿no? Si tiene un sentido único no es una obra de arte. Será otra cosa, propaganda quizás. Sí, las propagandas tienen que tener un único sentido. “Compre chocolate Águila”, “Vote a Pérez”. Si vos piensas en otra cosa que la que te indican ya no sirve como propaganda. El arte es todo lo contrario: tiene que hacer pensar distinto, no obligar a coincidir. Entonces el espectador se empieza a cuestionar: ¿y ahora qué quiso decir el artista?, ¿habré entendido bien?, ¿hay otra manera de ver esta obra?, ¿seré sólo yo el que la ve así?, ¿lo que veo, el artista lo hizo a propósito o será una casualidad?

 

- ¿Hacia dónde marcha esta nueva etapa creativa?

Las obras de las que hablamos son un comienzo, el inicio de una nueva búsqueda que hice pública en una muestra que organizamos con otros amigos artistas en la Galería Runakay, de Villa Batiruana. Creo que es por esta línea que avanza mi trabajo hoy en día. Como te dije anteriormente, “Misterio nocturno” es una creación muy significativa para mi desde el plano artístico y también desde lo personal. Pienso que el arte tiene que ser así: el que trabaja con seriedad deja algo suyo en la obra. En cierta forma, todos sabemos que estamos de paso en este mundo, y no queremos partir sin dejar algo que dé cuenta de nuestras marcas. Con esto no digo que todo lo que hace un artista es algo que vaya a trascender. Eso es un asunto que solo el tiempo dictamina. Pero uno se planta y dice “en mi vida artística hice esto y aquello como una representación de lo que yo pensaba y sentía en cierto período de mi historia, pero que a la vez es un reflejo de los tiempos que vivimos”. Y bueno, para mí 2021 fue un año de hallazgos. De pérdidas y de hallazgos ¿me entiendes? No sé adónde irá esto, ni cómo seguirá. Y eso es lo bueno, porque no me queda otra que responder creando.-

 

En un café del Abasto, San Miguel de Tucumán

10 de Noviembre de 2021

(*) Psicoanalista, comunicador, docente universitario

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