“La verdadera patria del hombre es la infancia”
Rainer María Rilke
¿Cuántas formas hay para expresar el amor por la ciudad de uno?
Innumerables, sin duda. Desde colaborar en el cuidado de la limpieza, hasta
plantar árboles, pasando por el pago puntual de los impuestos (tasas, precisemos,
después de todo se trata de un municipio). Pero además de los ciudadanos de a
pie, hay quienes tienen una relación especial con la creación y se conocen como
artistas. Ellos también expresan sus
lealtades, a su manera. Así, nuestra querida Mercedes Sosa cantó las penas y
alegrías del obrero del surco, el poeta Lucho Díaz ilustró en sus versos el
sentir popular del interior de la provincia, y el eterno Gerardo Vallejo
documentó en blanco y negro realidades locales difíciles de procesar aún el día
de hoy. Y a pesar de que no son pocos los hijos de Szalay y Spilimbergo que retrataron
“los trabajos y los días” tucumanos, la dominante fue el paisajismo como marca
identitaria: Osorio Luque, Demetrio Iramain, Luis Lobo de la Vega, Guillermo
Guerineau y siguen las firmas... El caso de Dardo Leoncio Orquera (Tucumán,
1931-2016) aporta una página singular en la historia del arte local: nacido en
la ciudad de Concepción, vive luego en Villa Hileret y los veranos de su infancia lo encuentran en
Alpachiri, nada menos que en medio de la antigua traza del Camino del Inca. Su
hija Fabiola, investigadora de la cultura popular del noroeste argentino, lo recuerda
como un docente incansable, un folclorista de conexión visceral con la música, como
fotógrafo, ensayista, empedernido lector... y artista visual hacia el final de
sus días. En los pocos años en que produjo la totalidad de su obra plástica
(2000-2010), dejó plasmadas más de sesenta obras como las que podemos admirar
en la muestra que reseñamos, y que responden antes que a un paisajismo tradicional (y
tradicionalista), a uno urbano con muy
pocos referentes en nuestro medio.
Desde el punto de vista cultural, el paisaje no es un objeto (ni natural ni artificial, dicho sea de paso) sino una construcción subjetiva. Por supuesto que cualquier paisaje se construye, se elabora a partir de algo que se ve, pero va mucho más allá de lo que materialmente existe. Al enfrentarse el artista con la ciudad, proyecta sus estados de ánimo sobre la escena a través de su mirada estética. ¿Cómo saber cuánto hay en las obras de Orquera de lo que vio, lo que escuchó, lo que leyó sobre la ciudad de antaño? Al valorar elementos plásticos como la línea, el movimiento, espacio luz y color nos preguntamos: ¿cuánto le debe su propuesta al cine, a la arquitectura, a la fotografía, pero también a la música, la literatura y hasta a la publicidad? Debemos decir que no es en cada imagen singular sino en su concatenación donde se produce el “efecto retrato” del viejo Tucumán. Así, antes que una experiencia personal la obra plástica de Orquera se emplaza sobre una memoria colectiva.
Se atribuye a un conocido político inglés el pensamiento “First we shape our buildings, then
they shape us” (Primero
damos forma a nuestros edificios, luego ellos nos dan forma a nosotros). De
igual manera podemos pensar a las ciudades: primero somos nosotros quienes las
moldeamos, luego ellas nos moldean. Profundizando en esta idea, no se observan en las
obras exhibidas ninguna de las características que el filósofo y sociólogo berlinés
Georg Simmel (contemporáneo a los procesos que mencionamos) describe en la ciudad
moderna: el predominio de la racionalidad, el hastío, la reserva de las
emociones, el anonimato, la precisión y la exactitud. Por el contrario, la
ciudad orqueriana tiene casas bajas -a excepción de los dos pisos del Cabildo o
de los tres del Hotel Savoy-, señoritas que cuchichean en corro y vestidas a la
moda, caballeros con traje y corbata moño o sombrero y pañuelo al cuello -según
la clase social de la que se trate-, vendedores ambulantes y otros tantos
oficios hoy desaparecidos.
La particularidad de las obras expuestas radica en la dislocación temporal que proponen: Orquera, hombre del Siglo XX, recrea en el Siglo XXI un Tucumán que apenas abandonaba el Siglo XIX y que solo en alguna medida llegó a conocer personalmente. Para ello “Dardito” utiliza de bastidor -a la manera de Rilke- fotografías antiguas a partir de las que borda con hilos de sus propios recuerdos e impresiones, las imágenes que construyó yendo “de Hileret a la Ciudad”. Sin importar cuán lejos o cuan cerca nuestro percibamos las imágenes que Orquera nos regala, corresponden a una ciudad invisible (Ítalo Calvino dixit): aquella que habitamos y que no vemos precisamente por nuestra plena identificación con ella. Las obras reunidas en esta muestra constituyen una geografía imaginaria que contrabandea recuerdos, anacronías y sueños a paso de cangrejo, la misma manera en que Günter Grass pensaba la historia: moviéndose hacia atrás para poder avanzar.
Rodrigo Campos Alvo
San Miguel de Tucumán, viernes 17 de Junio de 2022
RESEÑA DE LA MUESTRA
"Dardito, de Hileret a la Ciudad"
(Imágenes del viejo Tucumán)
Obras de Dardo Leoncio Orquera
Del 6 al 30 de junio de 2022
En el Centro Cultural Virla de la Universidad Nacional de Tucumán
(25 de mayo 265, San Miguel de Tucumán)
Proyección del corto animado:
"Crónica en colores de un viaje primordial"
de Fabián Castro, Susana Ale y Fabiola Orquera
SELECCIÓN DE OBRAS
Mendoza y Maipú (actual Mercado del Norte), óleo 70x50 (2003)