UNA PALABRA
Yo
tengo una palabra en la garganta
y
no la suelto, y no me libro de ella
aunque
me empuje su empellón de sangre.
Si
la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.
Tengo
que desprenderla de mi lengua,
hallar
un agujero de castores
o
sepultarla con cal y mortero
porque no guarde como el alma el vuelo.
No
quiero dar señales de que vivo
mientras
que por mi sangre vaya y venga
y
suba y baje por mi loco aliento.
Aunque
mi padre Job la dijo, ardiendo,
no
quiero darle, no mi pobre boca
porque
no ruede y la hallen las mujeres
que
van al río, y se enrede a sus trenzas
o al pobre matorral tuerza y abrase.
Yo
quiero echarle violentas semillas
que
en una noche la cubran y ahoguen,
sin
dejar de ella el cisco de una sílaba.
O
rompérmela así como la víbora
que por mitad se parte entre los
dientes.
Y
volver a mi casa, entrar, dormirme,
cortada
de ella, rebanada de ella,
y
despertar después de dos mil días
recién
nacida de sueño y olvido.
Sin
saber ¡ay! que tuve una palabra
de
yodo y piedra-alumbre entre los labios
ni
poder acordarme de una noche,
de
la morada en un país extranjero,
de
la celada y el rayo a la puerta
y de mi carne marchando sin su alma!
1954
Gabriela Mistral (Vicuña, 1889 – New York, 1957) fue una de
las poetas más notables de la literatura chilena e
hispanoamericana. Se la considera una de las principales referentes de la
poesía femenina universal y por su obra obtuvo en 1945 el primer Premio Nobel
de Literatura para un autor latinoamericano.
De manera póstuma se reunieron en libro parte de sus prosas, rondas, cantos, oraciones
y poemas no editados en vida de la poeta. La Biblioteca Nacional de Chile
conserva actualmente el más importante fondo documental dedicado a su legado,
compuesto por 563 piezas, que incluyen manuscritos, epistolarios, fotografías y
otros documentos privados.
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